El canto silencioso de los cerezos en flor por Javier Claure C.
(Estocolmo) Javier Claure C.
En el «Jardín del Rey» (Kungsträdgården), en el
corazón de Estocolmo, hay este tipo de árboles. Y su floración alcanza su
máximo esplendor a finales de marzo. Este hecho marca el principio de la
primavera sueca. Cuando aún el viento está fresco, las flores de cerezo han
despertado de su letargo invernal. Como si la tierra misma decidiera pincelar
el espacio con tonalidades robadas de un paraíso lejano. Cada pétalo es un
susurro divino, un poema colgando de las ramas que colorea el aire con sueños y
esperanzas. Bajo el cielo sereno de Estocolmo, cuando la brisa mueve suavemente
las ramas, se observa la perfecta y efímera forma de la flor de cerezo. Se
trata de una alameda en donde varían desde el más pálido de los tonos hasta el
más vibrante carmesí. El panorama es una sinfonía visual que toca las fibras
más íntimas del corazón. Es entonces, un lugar maravilloso, donde la gente se
da cita para contemplar el paisaje angelical. Miles de personas se detienen
bajo los árboles, con la vista hacia arriba, para apreciar la floración del
«sakura» que dura solamente un par de semanas. Todo el mundo toma fotos, hacen
videos y comentan la belleza expuesta ante sus ojos.
En
un artículo en el «Diario Sueco» (Svenska Dagbladet), el embajador japonés,
Masaki Noke, ha hecho una explicación acerca del «sakura». Y dijo: «En Japón a
principios de cada año se especula sobre el sakura. Incluso hay una fórmula
matemática, basada en las horas de sol, para calcular su floración que
despierta profundos sentimientos. La práctica de contemplar el sakura se llama
Hanami. Y es un símbolo cultural que está presente en poemas, en cantos y en
películas por más de mil años. La floración es muy corta y por eso mismo tiene
un encanto. Y cuando caen las hojas del sakura al suelo, hay sentimientos de
melancolía, de tristeza y de separación. Pero al mismo tiempo apreciamos la
caída de las hojas».
En la sociedad, de consumo y acumulación de cosas
materiales, en la que vivimos; los seres humanos están ocupados en construir su
propia burbuja de cristal, que en cualquier momento puede quebrarse. Se olvidan
de la fragilidad de la vida. Y cuando llega el momento indicado de partir al
más allá, no podrán cargar sus pertenencias en el ataúd. La verdadera felicidad
y satisfacción en la vida, provienen de fuentes más profundas y significativas
que las posesiones materiales.
Metafóricamente hablando, la efímera existencia de
la flor de cerezo, nos recuerda a la fugacidad de la vida. En la brevedad de su
floración, encontramos un espejo de nuestro propio existir. Es decir, en
determinados intervalos del tiempo han pasado muchas cosas en nuestras vidas. Y
hacemos referencia a los momentos más preciados, pero también a los momentos
tristes y desgarradores. El amor, que involucra a todos los seres humanos, nace
como una gran promesa y, sin embargo, puede desvanecerse, en un abrir y cerrar
de ojos. La ruptura de una relación amorosa puede rompernos en pedazos, dejando
una sensación de soledad y desolación. La pérdida de un ser querido es, sin
duda, uno de los golpes más duros que podemos enfrentar porque deja un vacío
irreparable, un eco silencioso en nuestras vidas que nunca se desvanece por
completo.
La guerra, las enfermedades, la traición, etc.
también acarrean un dolor profundo en el alma, un dolor que es difícil
describir con palabras y que marca a quienes lo sienten en lo más hondo del
corazón. Todos esos compungidos momentos, en el que aparentemente se va la
vida, podríamos compararlos con la caída de los pétalos de la flor de cerezo.
Por eso, nos bañamos de tristeza, sentimos un nudo en la garganta, las
tinieblas se estrellan en nuestros ojos, y surge un sentimiento de tristeza, de
soledad y de separación.
No obstante, lo fugaz nos invita a valorar el
presente, y a estimar con más amor cada instante de la vida. En la fragilidad
reside la belleza, y en la brevedad; la eternidad del recuerdo.
(c) Javier Claure C.
Estocolmo
Javier Claure C. es un escritor y periodista cultural de origen boliviano radicado en Suecia
Foto: Javier Claure C.
Sakura, Jardín del Rey (Estocolmo)
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