Galleguísimo Octavio Paz por Antonio Costa Gómez
Octavio Paz- foto: Sara Facio MNBA |
Hace ya 25 años
que murió Octavio Paz. Muchas veces
presumía de ser gallego por parte de madre. Se lo decía a menudo a Pere
Gimferrer. Una vez Gimferrer expuso ese tema en una conferencia en Compostela.
No me interesan las erudiciones académicas ni el polvo de datos del que hablaba
Nietzsche. Pero como a Nietzsche me interesa el espíritu. Y en espíritu Paz era
muy gallego.
Para mí su poesía
es muy cerebral o muy ensayística. De esa poesía que necesita explicaciones y
no te llega directamente. Solo si acaso su “Piedra de sol” tiene verdadero
impacto poético. Sobre todo en unos versos vertiginosos en que habla de unos
amantes en Madrid en plena guerra civil española y pone un momento en el centro
de todos los momentos del mundo. Una especie de Aleph amoroso con lucidez y con
fuerza.
También sus ensayos
son muy lúcidos y esclarecedores. Empezando por “El laberinto de la soledad”,
en que pone a México como un país solitario, que es muchas cosas a un tiempo,
inasible e inclasificable. Igual que los gallegos según Ramón Piñeiro sienten
la saudade como soledad metafísica, porque cada uno es una mezcla de muchas
cosas y son por ello libertad y exclusividad. Alguien solitario fuera de toda
masa. Y es tan lúcido su ensayo “Los hijos del limo”, sobre esa paradoja de la
tradición de lo moderno, la tradición de la ruptura en la cultura occidental.
Pero para mí su
gran obra es “El ogro filantrópico”. Sobre el estado como gran ogro que nos
aniquila y nos vigila, con su burocracia omnipotente. Y eso que Paz no conoció
este poder de la digitalización para evaporarnos y convertirnos en meros datos
abstractos. Según Paz no se trata de capitalismo o socialismo, las grandes
empresas también se burocratizan y nos minimizan. Paz vio hasta donde llegaba
lo que ya vieron Larra y Kafka.
Y eso es tan
gallego. Para mí lo más gallego es la frase del campesino contra el estado
omnipotente que se mete en toda su vida: “Me cajo na contribución”. No se trata
de sacar dinero para pagar funcionarios que no funcionan. Se trata de entrar en
todas las esquinas como ahora las tecnológicas, sin resquicios para la intimidad.
En eso está también la retranca gallega. Dar un doble significado a las frases,
guardarse dentro algo que el exterior no controla. ¿Por qué la persona tiene
que declararlo absolutamente todo, sin resquicio para la intimidad? La retranca es una forma de resistencia, de
defensa de la persona contra el sistema omnímodo, como la de Albert Camus. Y el
mismo sentido tiene el humor gallego, tal como lo estudió Celestino Fernández
de la Vega. Nos burlamos de algo pero lo admiramos, nos rebelamos con la paradoja.
Chesterton decía sobre el humor irlandés: Los irlandeses tienen ese humor
porque cada uno de sus ojos mira hacia un lado, les ven las dos caras a las
cosas.
Y esa defensa del
individuo intransferible y la saudade gallega como libertad también la tenía
Octavio Paz. La burocracia es un ogro todopoderoso que en las noches de terror
nos convierte a todos en datos, pero cada uno de nosotros resiste con su
lirismo en medio de la desolación. Seguimos vivos porque nos escondemos, porque
guardamos un doble fondo con la retranca. Y buscamos los tesoros escondidos,
donde no los alcance la burocracia o la tecnología. Y nos refugiamos de la burocracia universal y
de los algoritmos helados en los castillos interiores con chimeneas donde el
fuego no cesa nuca de moverse.
(c) Antonio Costa Gómez
Salamanca
España
Antonio Costa Gómez nació en Barcelona en 1956, creció en Lugo. Tiene dos licenciaturas universitarias, en Filología Hispánica y en Historia del Arte. Trabajó en distintas cosas, fue profesor de Enseñanza Media, pero siempre fue escritor por encima de todo. Viajó por más de 50 países. Publicó miles de artículos y 16 libros. Los principales son “La calma apasionada”, “Mateo, el maestro de Compostela”, “El fuego y el sueño”, “El huevo”, “Los camiones de Patagonia” “El caballo de Fussli”, “El cuarto de Dylan Thomas”. Ganó premios como “Amantes de Teruel”, “Estafeta Literaria”, Delegación de Cultura de Madrid. Y fue finalistas del Casino de Mieres, el Nadal 1994, Herralde en 2014, el Azorín en 2018. Apareció en antologías como “Poesía Española Última”, Selecciones Austral, 1983, “Elogio de la diferencia”, Cajasur, 1994. Fue traducido al francés y al rumano. Le gusta Jacqueline Bisset y el vino tinto.
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