Sabato sabía por Antonio Costa Gómez

 


(Madrid) Antonio Costa Gómez

      Sabato lo dijo, nos rescatará la literatura. El escritor te señala las cosas porque tú no las ves. Las cosas que cuenta de verdad, la vida viva. No el sociólogo. No el técnico ni el científico, Incluso Marx lo vio: Me enseña mucho más Balzac sobre el siglo XIX que todos los historiadores juntos. Ni lo hacen los autores de bestsellers. Ni mucho menos la idiotez artificial ni las máquinas con sus fórmulas. Lo hace el escritor con su sensibilidad, con su lucidez, con su apertura mental, con su libertad interior, con su vitalidad que comprende la vida.

    ¿Dónde se esconden los humanos? En la literatura. No me vengan con que también los algoritmos y la Idiotez Artificial harán literatura. Eso no será literatura, será bazofia mecánica vacía. Eliminan todo lo humano, quieren imponer solo técnicas y fórmulas. Expulsan al hombre de carne y hueso y ponen dígitos y abstracciones. Quieren escamotear el mundo natural, de dónde venimos y en el cual respiramos. Y meterlo todo en diseños y en rombos. Pero nos queda la literatura. 

    Quieren eliminar todo lo humano, la sensibilidad y la imaginación, la vibración y la vida. La intuición y el deseo, el subjuntivo y el interior. Las reminiscencias y los sueños. Quieren volverlo todo preciso y exacto y fabricado en serie. Y todo artificial y todo fórmula.  Y entonces el hombre se refugia en la literatura. En la libertad de la literatura, antes de que lleguen los censores y los cursis. Y los inquisidores y los reglamentos municipales. Y decretan lo que existe y lo que no existe con sus clasificaciones. Y nosotros no existimos. Pero tenemos la literatura. Donde se incendian las palabras, donde las palabras cobran vida y no fórmula. Donde las palabras son espíritu y sombra. Tenemos aún la literatura.

    Es igual que cuando éramos niños, nuestros padres eran demasiado tiranos y nos íbamos a casa de nuestra tía del campo para respirar mejor y ser nosotros mismos.  O cuando los de la novela de Ray Bradbury se esconden en los rincones y salvan los libros que los salvan a ellos. O cuando nos escapamos de las utopías abstractas que se convierten en realidades de pesadilla. Siempre es lo abstracto contra lo concreto, lo abstracto es la pesadilla, dijo Camus en sus Carnets. Y la masificación y los campos de concentración (que son nuestras ciudades y nuestros ordenadores).

    La gente no ve nada. Solo ven lo que les manda ver cada época, la retórica oficial, el discurso dominante. Solo están en sus rutinas y miran rutinariamente. Van masificados a freírse en las playas en agosto y escuchan músicas machaconas e imbéciles en los coches.

    Pasan la vida entera sin ver un árbol de verdad. En cada época está marcado lo que se puede ver y lo que no.   Y luego está la rutina, que lo destruye todo, que hace esfumarse la vida entera. Y los tópicos, y las convenciones. Y luego las reglas para todo. Y ahora las fórmulas y los algoritmos. Y los prejuicios que te encierran durante el día. Solo la literatura y la noche te dicen quien eres. Eso dijo Sabato en sus tres grandes novelas. Y en sus ensayos escritos con la misma pasión lúcida que las novelas.

    Solo los escritores te señalan las cosas para que las veas.  A veces cosas muy sencillas, como que pasa el tiempo y aún estás vivo. Todo el mundo sabe en abstracto que pasa el tiempo, pero Quevedo se lo dijo de forma muy concreta y reveladora: “La fortuna mis tiempos ha mordido”.   Un juglar de la Edad Media mostró sencillamente que un pájaro cada amanecer le daba vida a un preso. Y eso hace la literatura: como un pájaro nos da la vida. O como un demonio nos muestra nuestra parte más oscura y más reprimida.

     Entonces la literatura es el escondrijo. Y contra los reflectores apabullantes de los campos de concentración, que controlan donde está cada preso y lo vigilan, nos vamos a la sombra donde estamos nosotros mismos y nadie nos vigila. O a la música de Chopin o a la noche. Y ahí está la literatura. Y nos refugiamos en la literatura, como en el salón más escondido de la casa, a donde no llegan los cursis ni los comisarios del pueblo. Ni los editores que le reescriben todo.  Ni el presente obligatorio con su prepotencia.

    Y sentimos nostalgia de nosotros mismos y de la literatura. Y nos escondemos en la literatura para que no nos reduzcan a meras fórmulas ni a productos fabricados. Ni nos diseñen genéticamente ni espiritualmente. Para que no manosean nuestros genes ni nuestra genialidad escondida.

    Tenemos la literatura para ser libres y para ser humanos. Cuando lo humano está proscrito. Y las Humanidades están proscritas de ladas las enseñanzas, a pesar de que en ellas está la vida y la vibración. Y el conectar realmente con la vida, que nunca es exacta ni clasificada. Nos escondemos en la noche y en la literatura, para escapar de los que todo lo controlan. Y lo reducen todo a datos y a reglas sobre esos datos. 

    Todos estamos en un túnel mucho peor que el Castel en “El túnel”, mucho más sórdido. Pero al menos él veía de verdad de vez en cuando a través de una ventana. O lo intuía todo en la esquina de un cuadro. Solo la literatura nos dará eso. Y nombrará lo que no se nombra, como dijeron también Rimbaud y Virginia Woolf.

   No nos fastidien también la literatura. No hagan literatura con fórmulas y algoritmos, entonces ya no será literatura.  Ya lo dijo Sabato, la literatura (como los mitos, como los sueños, que vienen de lo más libre y no se pueden fabricar) nos rescatará. Sabato sabía.

 (c)Antonio Costa Gómez

Madrid

España

Antonio Costa Gómez

Nació en Barcelona en 1956, creció en Lugo. Tiene dos licenciaturas universitarias, en Filología Hispánica y en Historia del Arte. Trabajó en distintas cosas, fue profesor de Enseñanza Media, pero siempre fue escritor por encima de todo. Viajó por más de 50 países.  Publicó miles de artículos y 16 libros. Los principales son  “La  calma apasionada”, “Mateo, el maestro de Compostela”, “El fuego y el sueño”, “El huevo”,  “Los camiones de Patagonia” “El caballo de Fussli”, “El cuarto de Dylan Thomas”.  Ganó premios como “Amantes de Teruel”, “Estafeta Literaria”, Delegación de Cultura de Madrid. Y fue finalistas del Casino de Mieres, el Nadal 1994, Herralde en 2014, el Azorín en 2018. Apareció en antologías como “Poesía Española Última”, Selecciones Austral, 1983, “Elogio de la diferencia”, Cajasur, 1994.  Fue traducido al francés y al rumano. Le gusta Jacqueline Bisset y el vino tinto. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Acerca del cuento “El jorobadito” de Roberto Arlt Magda Lago Russo

Sobre el estilo indirecto libre en la escritura: Gustave Flaubert y Madame Bobary

¿Los zapatos de Van Gogh o los zapatos de Warhol? por Claudia Susana Díaz