Las elegías atlánticas de Rilke - Cien años de "Elegías del Duino" por Antonio Costa Gómez
(Madrid) Antonio Costa Gómez
Las Elegías surgieron en el mar Adriático (castillo de Duino) y en los valles suizos
(castillo de Muzot). Pero en la mente de Álvaro Cunqueiro surgieron junto al océano
Atlántico. Cunqueiro imaginó a Rilke escribiendo las “Elegías del Duino” en el
monasterio de Caaveiro, en el bosque de Cecebre. Lo dice en “El pasajero de Galicia”.
Si fuera así, Rilke se pasearía por Ferrol, puerto atlántico, y transmutaría los edificios Art
Nouveau de la calle Magdalena. Porque era la forma de llegar al monasterio desde el
mundo o de salir de él. Miraría los edificios Art Nouveau de Ferrol y los volvería
extraños e intensos. Me acuerdo porque ahora se cumplen cien años de las “Elegías del
Duino”.
Cunqueiro como Rilke se interesó mucho por
lo invisible. En las “Crónicas del sochantre” el canónigo de Bretaña se enamora
en una carroza llena de muertos de una dama que está muerta pero sutilmente
sigue tan viva. Y sobre todo vive su perfume, lo más invisible e intenso. Y en
esa misma obra habla del demonio Florito, que se esconde en los intersticios
subterráneos y se aparece travieso en las ferias. Y en “Fanto Fantini” inventa
un caballo invisible que se vuelve visible cuando tiene que orinar.
En
Cunqueiro todo es espiritual, las comidas la vida cotidiana se llenan de gracia
y de gozo sutil. Lo mismo que en Rilke. Solo que Rilke era abstemio (con
excepciones) y Cunqueiro vivía la gracia
de los vinos. Los dos se vuelcan en lo invisible. En el aura que según Walter Benjamin ya no existe,
pero existe más que nunca cuando lo nombra.
A Cunqueiro le interesaba el juego, todo en
él es juego libre y sutil. Y en Rilke todo es pasión y deseo de hondura. Pero
también en Cunqueiro hay pasión y hondura dentro de su juego. Y también en
Rilke hay juego. Como cuando inventa al conde CW, dice que se apareció una
noche en su habitación y le legó unos poemas. Forman el ciclo “Del legado de
CW”. El juego se junta a la inspiración, la conexión con la vida más
secreta.
Una sola vez ya es demasiado, dice Rilke. Y
“haber sido terrestre no parece revocable”.
En ciertos se reúne la gracia de la vida. Eso lo comparten Rilke y
Cunqueiro. Rilke pasea por los alrededores del castillo de Duino y dice: “¿Quien
si yo cantara me oiría desde los coros de los ángeles?”. Y encuentra en una
higuera la intensidad más profunda.
Cunqueiro nos lleva a esos asomos en que de
pronto, en medio de un cocido gallego, escuchamos las voces más calladas. Los
dos revitalizan los fundamentos del amor cortés y más-que-sensual de los
trovadores. Rilke en sus poemas a Lou sobre el amor en la sangre. Cunqueiro en
su “Dona de corpo delgado” (Dama de cuerpo delgado) y su sensualidad hecha
perfume. En la mente de Cunqueiro Rilke
escribió las “Elegías del Duino” en un bosque en Galicia. Junto a Ferrol, junto
al Océano.
foto: Consuelo de Arco
Antonio Costa Gómez
Nació en Barcelona en 1956, creció en Lugo. Tiene dos licenciaturas
universitarias, en Filología Hispánica y en Historia del Arte. Trabajó en
distintas cosas, fue profesor de Enseñanza Media, pero siempre fue escritor por
encima de todo. Viajó por más de 50 países. Publicó miles de artículos y 16 libros. Los principales
son “La
calma apasionada”, “Mateo, el maestro de Compostela”, “El fuego y el
sueño”, “El huevo”, “Los camiones de
Patagonia” “El caballo de Fussli”, “El cuarto de Dylan Thomas”. Ganó premios como “Amantes de Teruel”, “Estafeta
Literaria”, Delegación de Cultura de Madrid. Y fue finalistas del Casino de
Mieres, el Nadal 1994, Herralde en 2014, el Azorín en 2018. Apareció en
antologías como “Poesía Española Última”, Selecciones Austral, 1983, “Elogio de
la diferencia”, Cajasur, 1994. Fue
traducido al francés y al rumano. Le gusta Jacqueline Bisset y el vino tinto.
Comentarios
Publicar un comentario
publique un comentario a esta nota