No, El libro no va a morir, ni las bibliotecas se extinguirán - Washington Daniel Gorosito Pérez

librería de Buenos Aires 

 

(México, D.F.) Washington Daniel Gorosito Pérez

 En Fahrenheit 451, la novela de Ray Bradbury, una dictadura mundial, necia, como cualquier otra dictadura, ordena que se quemen todos los libros del planeta. A partir de la supuesta comprobación de que los libros hacen infelices a los hombres, ejércitos de bomberos incendiarios recorren las bibliotecas, saquean las cosas en donde encuentran libros y prenden fuego a todos los volúmenes hasta que no quede uno solo.

Sin embargo, los resistentes, un grupo de heroicos lectores, se encargaran de memorizar lo destruido. Un hombre será La Ilíada, una mujer se convertirá en La Divina Comedia, otros se aprenderán al pie de la letra El Quijote, Robinson Crusoe o las tragedias de Shakespeare.

Por fin, su terquedad indómita salvará lo mejor que ha creado la especie humana: el libro, y contribuirá a la caída de los tiranos, porque los pueblos que conservan la memoria nunca pierden la libertad para siempre.

 Ni parábola, ni ficción. No para una humanidad que ha soportado, a través de los siglos, la extirpación de idolatrías, el saqueo de bibliotecas, la censura, la quema de libros o el lamentable argumento, repetido con disimulo, de que ciertos libros pueden ser muy peligrosos para la salud espiritual del pueblo.

 El argumento de Ray Bradbury no es nada original, repetición de una historia verdadera, vivida en América. El caso del Popol Vuh, donde la barbarie de los conquistadores, los condujo a destruir, hasta en su última copia o vestigio, el libro sagrado de los maya-quichés, y sin embargo, un sacerdote de esta cultura, memorizó la obra de sus antepasados y utilizó el idioma y la escritura de los españoles para convertirla en eterna.

A menudo mis alumnos universitarios me pregunto si creo que el libro está destinado a desaparecer. Mi respuesta es no, a pesar del libro electrónico. Ellos argumentan que la magia de las comunicaciones electrónicas, ha tornado casi innecesario al papel escrito.

La modernidad, aseguran convertirá a la humanidad en ágrafa y sin bibliotecas. Cuando me lo dice, recuerdo en silencio que también se había asegurado aquello ante el auge de la televisión, y que lo mismo había pasado con el cine y con la radio.

Toda vez que las comunicaciones audiovisuales, el internet y multimedia, han decretado, varias veces y con la misma mala suerte, la muerte del libro, que se resiste a morir, equivocaron su hipótesis. . Si vamos más atrás, la imprenta de Gütemberg también fue considerada, en su tiempo, como la sepulturera del libro en la que creencia de que suprimiría a los calígrafos, o sea a los escritores.

 Y por fin, al aparecer la gramática de Lebrija, muchos autores se revelaron contra ella aduciendo que los espacios entre palabra y palabra, al igual que los puntos y las comas, restaría autenticidad al texto y lo liquidarían. Hasta entonces, recordemos que cada autor leía su obra con sus propias pausas, e incluso con una entonación particular.

 No, el libro no va a morir ni las bibliotecas se extinguirán.  Es más: además de no morir, el libro puede salvarnos de la muerte. Pensemos en el Pueblo del Libro: los judíos. Veámoslo caminar cuarenta años a través del desierto y miles por en medio de sus verdugos. Las cuadrillas del faraón, la lanza del babilonio, el hacha de los romanos, la crueldad europea en la Edad Media y la locura homicida de Hitler han caído sobre ellos de manera incesante, pero nadie ha logrado detener a un pueblo que se siente obligado a ser eterno mientras camina fascinado detrás de aquellos que llevan el Libro.

En el principio era el Verbo, proclama el evangelio de Juan. “Y el verbo era la Luz Verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”. Y este texto tiene muchas lecturas, tantas como el tiempo que le quede a nuestra especie, porque el Verbo es el Hijo, pero también es la palabra. Esa palabra que construye los libros y que el hombre seguirá escribiendo y leyendo a pesar de los agoreros de su desaparición, para ser más libre y más humano.

 Y cuando llegue el momento de partir de este mundo, rumbo al Paraíso, me identifico con los que decía el extraordinario escritor argentino y universal Jorge Luis Borges: 

                 “Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”.

(c) Washington Daniel Gorosito Pérez

México, D.F.

Washington Daniel Gorosito Pérez es un escritor y periodista de origen uruguayo radicado en México 


                                          

 

                                               

 

                                              

 

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