(México, D.F.) Washington
Daniel Gorosito Pérez
Es hermoso recordar las palabras del poeta
mexicano José Emilio Pacheco, sobre el escritor Carlos Monsiváis, el único
escritor “que la gente reconoce en la calle”, sin dudas se refería a las calles
de la antigua Tenochtitlán, su Ciudad de México a la que amaba y
describía tanto.
A mediados del siglo XX Jean Paul Sartre
escribió ensayos sobre las ciudades norteamericanas, sobre la poesía negra
escrita en lengua francesa, sobre los móviles de Alexander Calder. El principal
valor de esos textos consiste en que se proponían leer cosas que no habían sido
suficientemente leídas por el saber occidental, y proponer criterios de
valoración.
Yo diría que es más fácil escribir sobre
Shakespeare o sobre la Divina Comedia que escribir sobre las tribus urbanas,
sobre la Internet, sobre el papel de las telenovelas en el orden mental de las
sociedades latinoamericanas.
Y la razón es sencilla, sobre Shakespeare y
Dante se ha escrito tanto, está ya tan establecida una valoración fundamental
de sus obras que el analista no se verá en la necesidad de definir la
importancia del objeto que se propone analizar, ni establecer los criterios de
esa valoración.
Pero nada es tan difícil como leer lo no
escrito, como mirar por primera vez lo no mirado, y ese es el sentido de la obra
de Carlos Monsiváis. Su trabajo disperso en muchos libros y centenares de
crónicas, artículos y entrevistas es un asedio a la realidad de las sociedades
contemporáneas.
Hecho éste con una notable libertad de
aproximación, con los recursos de la lucidez y de la ironía y con una compleja
y múltiple información, y tal vez sólo un habitante de la Ciudad de México
podía haberla concebido y ejecutado.
Porque México, era ya la ciudad más grande del
mundo hace cinco siglos, sigue siéndolo hoy, y estos cinco siglos la han
cargado de una complejidad extraordinaria. Las grandes urbes latinoamericanas,
Ciudad de México, San Pablo, Buenos Aires y Santiago de Chile, son abrumadoras
encrucijadas culturales.
En ellas su verdad no está trazada sólo en los
alfabetos de la tradición, sino en la jungla de signos que tiene que ser
observada y descifrada con instrumentos de todas las procedencias.
Baudelaire dijo que “la naturaleza es un
templo cuyos pilares vivientes dejan salir a veces palabras confusas” y que
“por allí pasa el hombre atravesando florestas de símbolos que lo observan con
una mirada familiar”
Cosas mucho más complejas habría que decir de
las culturas que han brotado de esa naturaleza, y a veces contra ella, de estas
sociedades donde se mezclan sin cesar las culturas y los signos.
Ciertos filósofos afirmaban que sólo vemos lo
visto, que sólo somos capaces de percibir lo percibido. Ese dictamen platónico
nos haría incapaces de acceder a lo nuevo, de entrar en el torrente
circulatorio de las ciudades de Heráclito, en el vértigo de relojes divergentes
que marcan el rumbo de la modernidad.
Carlos Monsiváis, paseante sensible y lúcido de
la cosmópolis latinoamericana, nos enseñó entre muchas otras cosas que el
lector de signos de la modernidad tiene que ser necesariamente un creador.
Entre selvas de cosas indescifrables avanza el
paseante de la ciudad contemporánea, que, más que un lector de alfabetos
convencionales, tiene que ser un lector de los signos y saber decodificarlos
como lo hizo en su momento Carlos Monsiváis sobre todo en su amada Ciudad de
México, que lo extraña desde el 19 de junio del 2013 que lo vio partir para
siempre al igual que este gran país que hoy más que nunca necesita mentes
lúcidas.
(c) Washington Daniel Gorosito Pérez
México, D.F.
Washington Daniel Gorosito Pérez es un escritor y periodista de origen uruguayo radicado en México
Comentarios
Publicar un comentario
publique un comentario a esta nota