Inspiración en el encierro - Antonio Costa Gómez
foto (c) Consuelo de Arco |
Parece mentira
que haya que explicar esto después del surrealismo, del descubrimiento del
inconsciente, de tantas cosas. Dicen
tantas chorradas en la época moderna sobre la inspiración. Pero si no estamos
inspirados estamos muertos. O somos máquinas. Nos falta el aire, la vida. La
inspiración consiste en coger aire, en coger vida. Necesitamos la inspiración
en nuestro encierro. Aunque siempre
estamos encerrados.
Todo lo que
hacemos ha perdido su conexión con la vida, todo consiste en producir, todo se
fabrica, todo es cuestión de técnica. Lo que hace falta es trabajar, se dice,
importa más la transpiración que la inspiración, oh qué graciosos son ustedes,
qué ingeniosos. Sin embargo montones de veces nos ponemos encima de un papel y
no sale nada, y de repente sentimos el manantial, surgen las creaciones, nacen
las ocurrencias, y uno no puede controlarlas, uno no sabe del todo lo que dice.
Y los demás nos ven vivos, alucinan con nosotros.
Estamos durante
días y días dándole a nuestro cerebrito y solo salen cosas sin gracia, y de
repente, no sabemos por qué, brota el agua, empezamos a hablar como apóstoles
en Pentecostés, nos volvemos elocuentes, casi sabemos lenguas, y conocemos
mejor nuestra lengua. Eso deberíamos hacer en nuestros cuartos, que nuestros
dioses íntimos nos inspiren, que nuestras salas más íntimas nos inunden.
Y eso no solo en
Literatura, también al hablar con los demás, al resolver un problema, al
encontrar una salida a un atolladero. El espíritu nos sopla, los listillos no
creen en el espíritu y entonces producen cosas sin espíritu. Pero se distingue
bien si alguien habla inspirado o habla aplicando fórmulas, si es original y
aporta algo nuevo o relaciona cosas de
una manera mecánica.
Nos hace falta
en nuestros encierros. Y los que se burlan de la inspiración están a veces
inspirados o no valdría la pena hablar con ellos, hablarían como máquinas,
según los mecanismos de su cerebro. Queda muy bien burlarse de las musas y de
los dioses y de todo lo misterioso, pero nadie puede vivir calculándolo todo,
alguna vez tendrá que saber cómo se abraza o como se habla o como se folla sin
aplicar ninguna receta. Las musas existen, están dentro de nosotros, son lo
mejor de nosotros. Y más vale que las escuchemos de vez en cuando o todo lo que
digamos será más aburrido que los procedimientos de un sepulturero.
Después del
surrealismo y su descubrimiento de la realidad profunda parece mentira que haya
que subrayar esto. Pero los dioses continúan escondidos, por mucho que los
hayamos desterrado, están ahí, se nota cuando una persona está inspirada porque
se pone encendida, su mirada está viva, tiene ocurrencias. No se comporta como
un robot, no es previsible, no repite lo trillado, despide una especie de luz,
se mueve con entusiasmo. Lo sentimos en el fondo de nuestros cuartos,
escuchando música en nuestras salas.
Eso no quiere
decir que el inspirado haga grandes
alharacas, que gesticule, que se ponga a gritar. Puede ser algo callado,
secreto, incluso puede no notarse a primera vista, pero lleva algo dentro. Nos
empeñamos en negar el alma, el soplo, pero es lo que anima todo y lo que nos
anima a nosotros. Es lo que llena nuestras casas cerradas. Es el ánima, por eso
decimos que una persona está animada, que tiene animación, que se ha reanimado.
El lenguaje siempre revela mucho, a no ser que sea un esperanto prefabricado.
En cualquier
actividad que esté la persona, no importa a qué se dedique, se nota la
inspiración, el ánima. Puede ser en las cosas más humildes, lo puede tener un
niño jugando, un jubilado en un sofá, un empleado mientras come. De repente lo
cruza una corriente, y entonces no recita una lección ni cumple un programa,
está vivo por sí mismo, bebe de sus raíces, se mueve por sus sueños. Cuantas
veces he visto miradas inspiradas, gestos que llevan una especie de
inspiración. Y ahora las noto a fogonazos en los supermercados, en los
quioscos.
Cuantas veces
alguien que ha repetido hasta la saciedad millones de veces el mismo gesto, de
pronto conecta con la vida y tiembla ligeramente y se llena de sí y están vivos
todos sus gestos. Y pone inspiración en un beso, en una mirada, en la manera
como nos envuelve la compra, en cómo saluda cuando nos marchamos, en cómo
realiza su trabajo.
De pronto se
vuelve ocurrente sobre qué hacer con su vida, en qué emplear el fin de semana,
a dónde ir en vacaciones. Incluso puede
saber realmente lo que siente después de muchos años, de pronto se sabe
realmente vivo. Y no sirven de nada las pedanterías hinchadas de los
listillos. Si no estamos inspirados
estamos muertos.
Parece mentira que
haya que explicar esto después del simbolismo, del surrealismo, de tantas
cosas. Después del amor loco de André Breton, después del desatino controlado
de Carlos Castaneda. Después de la poesía beat y los aullidos de Allen
Ginsberg. Después de que Jack Kerouac quisiera escribir como se toca jazz en
“Mexico City Blues”. Después de que Henry Miller se dejara llevar por el
entusiasmo en Grecia, de que David
Herbert Lawrence explotara en “Mujeres enamoradas”. Después de que Theodore
Roszak hablara del regreso de los centauros.
Parece mentira.
Y podemos sentir
toda esa inspiración, todo el regreso de la vida más escondida, en nuestros
cuartos, en nuestros encierros. A nuestros recintos reducidos puede llegar el
infinito. Con la musica, con los recuerdos, con la conexión a la vida honda.
Con la inspiración.
(c) Antonio Costa Gómez
España
Antonio Costa Gómez es licenciado en Filología Hispánica y en Historia del Arte. Fue finalista de los principales premios españoles, apareció en antologías y colaboró en muchas publicaciones. Ya ha publicado bastantes libros. En “Las campanas” suenan al mismo tiempo todas las campanas de Compostela para despertar a la gente. En “El maestro de Compostela” un escultor del siglo XII busca la vitalidad infinita en los comienzos del gótico. En “La calma apasionado” el emperador Adriano busca algo que no perezca entre recuerdos y obras de arte en su villa fantasiosa de Tívoli.
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