Borges, la poesía uruguaya y milonga para los orientales
Jorge Luis Borges |
(México, D.F.) Washington
Daniel Gorosito Pérez
Jorge Luis Borges (Buenos Aires; 1899-
Ginebra; 1986) era un gran admirador de la poesía uruguaya. En el libro de
Pereda y Valdés (1927) titulado: Antología de la poesía uruguaya
contemporánea 1900- 1927, se expresará sobre el origen de la misma.
Pereda y Valdés era tajante y afirmaba:
“La poesía uruguaya empieza en 1900”; ¡Perdón poetas anteriores a 1900. Vuestra
inexistencia actual es suficiente garantía para que no ocupéis una parcela en
esta antología!
En dicha obra Borges escribirá sobre
los caracteres de la poesía uruguaya, los que consideraba estaban marcados con
la necesidad de ser otro, de marcar diferencias con lo argentino: “heroica
voluntad de diferenciarse, su tesón de ser ellos, su alma buscadora y
madrugadora”, que adjudicaba Borges a los “orientales”.
Ese Borges que dijo: “Yo soy medio
oriental. Mi abuelo, el coronel Borges, nació en Montevideo. Inició su carrera
militar a los catorce años. A los dieciséis estuvo en la batalla de Caseros, en
la Cuarta División Oriental de César Díaz. De modo que él era oriental; y tengo
bastante sangre oriental por los Haedo y los Lafinur.
Su abuelo, Francisco Borges Lafinur,
era oriundo de Montevideo, mientras que la abuela, Leonor Suárez Haedo era de
Mercedes.
Para Borges la poesía uruguaya se
diferenciaba de la argentina por sus escenarios: “¿Qué distinciones hay entre
los versos de esta orilla y los de la orilla de enfrente? La más notoria es la
de los símbolos manejados.
Aquí la pampa o su inauguración,
el suburbio: allí los árboles y el mar. El desacuerdo es lógico: el horizonte
del Uruguay es de arboledas y cuchillas, cuando no de agua larga; el nuestro de
tierra”.
Según Borges la diferencia entre los de
una margen y ora del Río de la Plata está en que el oriental nace “a la vera de
hondos árboles y de largas cuchillas” y se instala en “quintas y ceibales” y
esto explica la tendencia de la poesía uruguaya en “un sentir dramático de
conflicto de ramas que se atraviesan como voluntades”, sentir opuesto al de la
poesía porteña, “cuyos ejemplares y símbolos fueron siempre el patio y la
pampa, arquetipos de rectitud”.
Los uruguayos dice Borges son belicosos
y serios, mientras que los “hombres de pampa y de derechas calles” somos
haraganes y frecuentemente irónicos.
Finaliza Borges el epílogo a la
Antología de Pereda Valdés con la siguiente reflexión con referencia a
argentinos y uruguayos: Los argentinos vivimos en la haragana seguridad de ser
un gran país, de un país cuyo solo exceso territorial podría evidenciarnos,
cuando no la prole de sus toros y la feracidad alimenticia de su llanura.
Si la lluvia providencial y el gringo
providencial no nos fallan, seremos la Villa Chicago de este planeta y aun su
panadería. Los orientales, no. De ahí su claro que heroica voluntad de
diferenciarse, su tesón de ser ellos, su alma buscadora y madrugadora.
Si muchas veces, encima de buscadora
fue encontradora, es ruin envidiarlos. El sol, por las mañanas, suele pasar por
San Felipe de Montevideo antes que por aquí.
Por si hubiese alguna duda del afecto
que Jorge Luis Borges tenía por Uruguay, ese país que una vez le dijo a Ernesto
Sábato, quien curiosamente fuera el segundo escritor argentino en recibir en
1984 el Premio Miguel de Cervantes, el primero había sido Borges, que su
Uruguay estaba “hecho con recuerdos míos de infancia”.
Se cuenta que una vez Borges
escandalizó a sus amigos porteños y a su propia madre cuando externó: “La
nacionalidad de una persona no se debe al sitio donde fue engendrada. Y mi
padre me aseguraba haberme engendrado en la estancia de mi tío Francisco Haedo,
Pancho, en el Río Negro. Por lo tanto, yo sería oriental, ¿no le parece?”.
Sin lugar a dudas, hay un poema de
Jorge Luis Borges incluida en su libro: Para las seis cuerdas (1965), donde
evoca en quince estrofas su afecto por el Uruguay, Milonga para los orientales,
que comparto con ustedes:
MILONGA PARA LOS ORIENTALES
Milonga que este porteño
dedica a los orientales
agradeciendo memorias
de tardes y de ceibales.
El sabor de lo oriental
con estas palabras pinto;
es el sabor de lo que es
igual y un poco distinto.
Milonga de tantas cosas
que se van quedando lejos;
la quinta con mirador
y el zócalo de azulejos.
En tu banda sale el sol
apagando la farola
del Cerro y dando alegría
a la arena y a la ola.
Milonga de los troperos
que hartos de tierra y camino
pitaban tabaco negro
en el Paso del Molino.
Milonga del primer tango
que se quebró, nos da igual,
en las casas de Junín
o en las casas del Yerbal.
Como los tientos de un lazo
se entrevera nuestra historia,
esa historia de a caballo
que huele a sangre y gloria.
Milonga de aquel gauchaje
que arremetió con denuedo
en la pampa, que es pareja,
o en la Cuchilla de Haedo.
¿Quién dirá de quienes fueron
esas lanzas enemigas
que irá desgastando el tiempo,
si de Ramírez o de Artigas?
Para pelear como hermanos
era buena cualquier cancha;
que lo digan los que vieron
su último sol en Cagancha.
Hombro a hombro o pecho a pecho
cuantas veces combatimos.
¡Cuántas veces nos corrieron,
cuántas veces los corrimos!
Milonga del olvidado
que muere y que no se queja;
milonga de la garganta
tajeada de oreja a oreja.
Milonga del domador
de potros de casco duro
y de la plata que alegra
el apero del oscuro.
Milonga de la milonga
a la sombra del ombú,
milonga del otro Hernández
que se batió en Paysandú.
Milonga para que el tiempo
vaya borrando fronteras;
por algo tienen los mismos
colores las dos banderas.
(c) Washington Daniel Gorosito Pérez*
México, D.F.
*escritor y periodista de origen uruguayo radicado en México
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